En tiempos del terrible Inquisidor Tomás de Torquemada yo (Samael Aun Weor) me reencarné en España y éste es otro relato muy interesante. Hablar sobre el citado Inquisidor y el Santo Oficio ciertamente no resulta muy agradable, empero eso es ahora conveniente.
Yo fui entonces un marqués muy célebre, que por desgracia hube de ponerme en contacto con aquel execrable inquisidor tan perverso como aquel otro llamado Juan de Arbustes. En aquel tiempo yo reencontré al traidor Bruto reincorporado en un nuevo organismo humano.
¡Qué conde tan incisivo, mordaz e irónico! buena burla hacía de mi persona ¡Qué insultos! ¡Qué sarcasmos! de ninguna manera quería yo enfrascarme en nuevas disputas, no tenía ganas de enfadarme.
La zafiedad, la grosería, la incultura de aquel noble me desagradaban espantosamente, mas no quería zaherirle, me pareció bueno evitar nuevos duelos y por ello busqué al inquisidor. Cualquier día de esos tantos muy de mañana me dirigí al Palacio de la Inquisición; debía buscar solución inteligente a mi consabido problema.
¡Oh señor marqués!, ¡qué milagro verle a usted por aquí!, ¿en qué puedo servirle? Así contestó mi saludo el monje que estaba siempre a la puerta en el Palacio donde funcionaba el Santo oficio. Muchas gracias, su reverencia dije, vengo a pedirle una audiencia con el señor Inquisidor....
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