Como quiera que superior e inferior son dos secciones de una misma cosa, no está de más sentar el siguiente corolario: yo superior o yo inferior son dos aspectos del mismo ego tenebroso y pluralizado. El denominado yo divino o yo superior, alter ego o algo por el estilo, es ciertamente una triquiñuela del mí mismo, una forma de autoengaño.
Cuando el yo quiere continuar aquí y en el más allá, se auto engaña con el falso concepto de un Yo Divino Inmortal. Ninguno de nosotros tiene un yo verdadero, permanente, inmutable, eterno, inefable, etc., etc., etc. Ninguno de nosotros tiene en verdad una verdadera y auténtica unidad de ser; desafortunadamente ni siquiera poseemos una legítima individualidad.
El ego aunque continúa más allá del sepulcro, tiene sin embargo un principio y un fin. El ego, el yo, nunca es algo individual, unitario, unitotal. Obviamente el yo es yoes. En el Tíbet Oriental a los yoes se les denomina agregados psíquicos o simplemente valores, sean estos últimos positivos o negativos. Si pensamos en cada yo como una persona diferente, podemos aseverar en forma enfática lo siguiente:
Dentro de cada persona que vive en el mundo, existen muchas personas. Incuestionablemente dentro de cada uno de nosotros viven muchísimas personas diferentes, algunas mejores, otras peores. Cada uno de estos yoes, cada una de estas personas, lucha por la supremacía, quiere ser exclusiva, controla el cerebro intelectual o los centros emocional y motor cada vez que puede, mientras otro lo desplaza. La doctrina de los muchos yoes fue enseñada en el Tíbet Oriental por los verdaderos clarividentes, por los auténticos iluminados.
Cada uno de nuestros defectos psicológicos está personificado en tal o cual yo. Como quiera que tenemos millares y hasta millones de defectos, ostensiblemente vive mucha gente en nuestro interior....
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