Dieciocho primaveras de adolescente ya tenía en el camino de mi actual reencarnación cuando hubo de concedérseme el alto honor de ingresar a la Escuela Rosa Cruz Antiqua, institución benemérita en buena hora fundada por el excelentísimo señor doctor Arnoldo Krumm Heller, médico coronel del Glorioso Ejército Mexicano, veterano ilustre de la Revolución Mexicana, insigne catedrático de la Universidad de Medicina de Berlín, Alemania, notable científico y extraordinario políglota.
Impetuoso muchacho me presenté con cierta altivez en aquella Aula Licis, entonces regentada por un ilustre caballero de esclarecida inteligencia, y sin andarme con muchos cumplidos, por los aires, confieso francamente y sin ambages que empecé discutiendo y concluí estudiando.
Arrimarse al muro, arrinconarse en la esquina de la sala, arrobado en éxtasis, después de todo me pareció mejor.
Huélgame decir en gran manera y sin mucha prosopopeya, que empapado en muchas intrincadas teorías de enjundioso contenido, sólo anhelaba con ansias infinitas encontrar mi antiguo camino, la senda del Filo de la Navaja.
Excluyendo cuidadosamente todo pseudo pietismo y vana palabrería insubstancial de charla ambigua, definitivamente resolví combinar la teoría y la práctica....
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