Después de un corto intervalo en la región de los muertos, hube (Samael Aun Weor) de entrar nuevamente en escena reencarnificándome en Inglaterra. Ingresé al seno de la ilustre familia Bleler y se me bautizó con el piadoso nombre de Simeón.
Con el florecer juvenil me trasladé a España movido por un anhelo íntimo de retornar a América. Así trabaja la Ley de la Recurrencia.
Obviamente no está demás decir que se repitieron en el espacio y en el tiempo las mismas escenas, idénticos dramas, similares despedidas, etc. etc. etc., incluyendo como es natural el viaje a través del borrascoso océano.
Intrépido salté a tierra en las costas tropicales de Sur América, habitadas entonces por diferentes tribus. Explorando tales o cuales regiones selváticas habitadas por bestias feroces, llegué al valle profundo de nueva Granada, a los pies de las montañas Monserrate y Guadalupe; hermoso país gobernado por el Virrey Solís.
Es incuestionable que por esos tiempos, de hecho comenzaba a pagar el karma desde los años del marqués. Entre estos criollos de la Nueva España, indudablemente resultaban inútiles mis esfuerzos por conseguir algún trabajo bien remunerado. Desesperado por la mala situación económica ingresé como un simple soldado raso en el ejército del soberano; por lo menos allí encontré pan, abrigo y refugio.
Sucedió que un día festivo muy de mañana, las tropas de su majestad se preparaban para rendir honores muy especiales a su jefe y por ello se distribuían aquí, allá y acullá, realizando maniobras con el propósito de organizar filas. Todavía recuerdo a cierto sargento mal encarado y pendenciero que revisando a su batallón daba gritos, maldecía, pegaba, etc. etc. etc. De pronto, llegándose ante mí me insultó gravemente porque mis pies no se hallaban en correcta posición militar, y después observando detalles minuciosos de mi chaqueta, alevoso me abofeteó....
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