Belcebú, ansioso cada vez más de sabiduría, cumplía fiel y sinceramente todas las órdenes que su siniestro instructor le daba.
Conoció el curso de las corrientes seminales y despertó su Kundalini negativamente por los procedimientos de la fornicación y de la concentración, tal como lo enseña Omar Cherenzi Lind, en su libro titulado «el Kundalini o la Serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes». El crepúsculo de la noche cósmica extendía el terciopelo de sus alas misteriosas sobre los valles profundos y las enormes y gigantescas montañas de la vieja Arcadia.
Los corpulentos árboles milenarios, últimos vástagos de padres desconocidos, habían ya visto durante largos años caer las hojas del otoño y ahora parecían secarse definitivamente para caer en brazos de la muerte. Nuestros actuales cuerpos humanos parecían ya fantasmas de hombres y los íntimos de nuestra actual humanidad habían ya recibido su más fina vestidura.
Terribles terremotos sacudían la Arcadia y por donde quiera se sentía un hálito de muerte; de aquellas enormes multitudes de seres humanos habían salido dos clases de seres: ángeles y diablos. La antigua belleza del apuesto galán de la Arcadia había desaparecido, su cuerpo se cubrió de pelo y tomó la semejanza de un gorila. Sus ojos tomaron el aspecto criminoso y horrible de un toro, su boca se agigantó y con sus horribles colmillos presentaban el aspecto de las fauces de una bestia voraz.
Su cabeza de enorme melena y sus pies y manos deformes y gigantescos le dieron el aspecto de un monstruo horrible, corpulento y enigmático. Este era Belcebú, el enigmático y apuesto galán de la antigua Arcadia... ¿Esta era la copa de sabiduría en que él quería beber? ¿Para llegar a esa horrible monstruosidad fueron todas esas sagradas iniciaciones que él pasó en el templo? ¿Este era el néctar de la ciencia, o el licor de la sabiduría que él anhelaba?...
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