Uno de los problemas más difíciles de nuestra época ciertamente viene a ser el intrincado laberinto de las teorías. Indubitablemente, por estos tiempos se han multiplicado exorbitantemente por aquí, por allá y acullá las escuelas pseudo-esoteristas y pseudo-ocultistas.
La mercadería de almas, de libros y teorías es pavorosa, raro es aquel que entre la telaraña de tantas ideas contradictorias logre en verdad hallar el camino secreto.
Lo más grave de todo esto es la fascinación intelectiva; existe la tendencia a nutrirse estrictamente en forma intelectual con todo lo que llega a la mente.
Los vagabundos del intelecto ya no se contentan con toda esa librería subjetiva y de tipo general que abunda en los mercados de libros, sino que ahora y para colmo de los colmos, también se atiborran e indigestan con el pseudo-esoterismo y pseudo-ocultismo barato que abunda por doquiera como la mala hierba.
El resultado de todas estas jergas es la confusión y desorientación manifiesta de los bribones del intelecto. Constantemente recibo cartas y libros de toda especie; los remitentes como siempre interrogándome sobre ésta o aquella escuela, sobre tal o cual libro, yo me limito a contestar lo siguiente: Deje Ud. la ociosidad mental; a Ud. no tiene porqué importarle la vida ajena, desintegre el yo animal de la curiosidad, a Ud. no deben importarle las escuelas ajenas, vuélvase serio, conózcase a sí mismo, estúdiese a sí mismo, obsérvese a sí mismo, etc., etc., etc.
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